Esta dualidad define un momento de gran incertidumbre sobre el futuro del conflicto. Por un lado, la esfera diplomática está en plena ebullición con el anuncio de una próxima cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Budapest, presentada como un esfuerzo para “poner fin a esta guerra ignominiosa”. Estas conversaciones de alto nivel sugieren la existencia de una vía para la negociación y un posible acuerdo de paz. Sin embargo, esta actividad contrasta fuertemente con la realidad en el campo de batalla. Un informe destaca que, “a pesar de las conversaciones en la Casa Blanca sobre un posible acuerdo de Paz entre Ucrania y Rusia, los combates en territorio ucraniano continúan”. Ejemplos concretos de esta persistencia bélica incluyen los ataques con drones rusos sobre la ciudad de Zaporizhia, la intensificación de la ofensiva en la región de Donetsk y los informes de que las tropas rusas han tomado el control de tres localidades ucranianas. Incluso Trump ha expresado su frustración por la negativa de Putin a detener los combates, llegando a alentar a Ucrania a continuar la lucha. Esta disonancia entre el discurso diplomático y las acciones militares refleja la complejidad del momento actual, donde ambas partes parecen explorar la paz sin abandonar la presión militar como herramienta de negociación.