Esta disminución en el flujo de armamento y municiones llega en un momento crítico, coincidiendo con una intensificación de las ofensivas rusas en el frente. La reducción de la ayuda militar occidental ha puesto a las fuerzas ucranianas en una posición de creciente vulnerabilidad. Los ataques rusos en Járkiv y Donetsk, descritos como algunos de los más potentes de los últimos meses, ocurren precisamente cuando el apoyo internacional parece flaquear.

Esta situación obliga a las tropas ucranianas a operar en “condiciones extremadamente difíciles”, enfrentando la escasez de municiones y sistemas de defensa antiaérea necesarios para contener la embestida rusa. Aunque Estados Unidos y la Unión Europea han reiterado su respaldo político a Kiev, estas declaraciones no se han traducido en el anuncio de “nuevas entregas de armamento significativo”. La brecha entre el apoyo retórico y el material está generando una presión inmensa sobre el gobierno de Volodímir Zelenski, quien ha intensificado sus peticiones de armas más avanzadas, como los misiles Tomahawk. La sostenibilidad de la defensa ucraniana depende directamente de un flujo constante de asistencia militar, y cualquier interrupción o disminución pone en riesgo no solo la capacidad de resistir, sino también la de recuperar territorios ocupados.