La respuesta rusa fue contundente y provino de altos niveles del gobierno. El subjefe del Consejo de Seguridad de Rusia advirtió directamente que el envío de este tipo de armamento “puede acabar mal para todos, incluido Trump”, una declaración que denota la percepción de que se estaría cruzando una línea roja fundamental. Asimismo, Moscú advirtió que la llegada de misiles de crucero Tomahawk a Kiev representaría una “escalada dramática” en la guerra. Esta retórica busca disuadir a Washington de tomar una decisión que, desde la perspectiva rusa, transformaría la naturaleza del conflicto de una guerra regional a una confrontación más directa con Occidente. Los misiles Tomahawk, por su capacidad de largo alcance, permitirían a Ucrania no solo defenderse, sino también ejecutar ataques profundos en territorio ruso, una capacidad que los aliados de Kiev han evitado proporcionar hasta ahora. La reacción de Rusia no es solo una advertencia diplomática, sino también una señal de que estaría dispuesta a tomar medidas recíprocas severas, lo que incrementa el riesgo de un enfrentamiento militar a mayor escala. La firmeza del Kremlin pone de manifiesto el delicado equilibrio de poder y el peligro constante de un error de cálculo por cualquiera de las partes involucradas.