El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha protagonizado un abrupto y sorprendente giro en su postura sobre la guerra en Ucrania, declarando que ahora cree que Kiev puede ganar el conflicto y recuperar todo su territorio. Este cambio radical contrasta con sus afirmaciones previas, en las que sugería que Ucrania debería ceder territorio para alcanzar la paz. Este cambio de opinión se materializó tras una reunión bilateral con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en el marco de la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Tras el encuentro, Trump elogió al mandatario ucraniano, afirmando: “Es un hombre valiente y está dando una pelea increíble”. El propio Zelenski calificó la reunión como "productiva" y agradeció el interés de Trump.
La nueva postura del presidente estadounidense ha generado una mezcla de esperanza y escepticismo en Ucrania, un país que depende de manera crucial del apoyo militar y financiero de Washington. El giro es significativo, ya que la Casa Blanca bajo el mandato de Trump ha sido un pilar fundamental en la defensa ucraniana. Sin embargo, la imprevisibilidad de Trump genera dudas sobre la sostenibilidad de este nuevo enfoque. Algunos analistas sugieren que el cambio podría estar motivado por la dinámica de la política interna estadounidense o por la propia resistencia ucraniana, que ha demostrado ser más fuerte de lo que muchos esperaban. El portavoz del Kremlin reaccionó a la noticia señalando que la relación con Trump avanza a "paso lento".
Este desarrollo introduce un nuevo elemento de incertidumbre en el cálculo estratégico de Moscú, que podría haber contado con una eventual reducción del apoyo estadounidense a Kiev.
La comunidad internacional observa atentamente si este cambio retórico se traducirá en un apoyo material aún más robusto para Ucrania.
En resumenEl cambio de postura de Donald Trump, al afirmar que Ucrania puede lograr una victoria total, representa un desarrollo geopolítico de gran magnitud. Aunque genera optimismo en Kiev, también introduce una nueva variable de incertidumbre en el conflicto, obligando a Rusia y a los aliados europeos a recalibrar sus estrategias ante la política exterior estadounidense.