Esta declaración formaliza lo que ha sido evidente durante meses: el proceso diplomático directo entre Moscú y Kiev está en un punto muerto.

Las últimas conversaciones significativas, celebradas en Estambul a principios de año, no produjeron avances sustanciales, a excepción de un acuerdo para el intercambio de prisioneros de guerra. El estancamiento se debe a las demandas fundamentalmente opuestas de ambas partes. Rusia insiste en la desmilitarización y rendición de Ucrania, así como en la cesión de las regiones que ha anexado, a pesar de no controlarlas en su totalidad. Por su parte, Ucrania considera estas condiciones inaceptables y exige como requisito previo para cualquier acuerdo de paz garantías de seguridad sólidas por parte de sus aliados occidentales, ya que desconfía de que Rusia cumpla cualquier pacto y teme una futura agresión. Este abismo entre las posiciones de ambos bandos hace que una solución negociada parezca lejana, a pesar de los intentos de mediación de actores internacionales como Estados Unidos.