El debate sobre las garantías de seguridad para Ucrania en un eventual escenario de posguerra se ha convertido en un punto crucial de las negociaciones diplomáticas, con profundas divisiones sobre la posibilidad de desplegar tropas europeas. Mientras Occidente busca un modelo para evitar futuras agresiones, el Kremlin rechaza de plano la presencia de fuerzas de la OTAN en suelo ucraniano. La alta representante de la UE, Kaja Kallas, subrayó la importancia de prepararse para "el día después" de la guerra, indicando que se está debatiendo "cómo cambiar el mandato" de las misiones de entrenamiento y apoyo a la industria de defensa ucraniana una vez se alcance la paz. La cuestión más controvertida es el posible despliegue de tropas europeas. Algunos países, como Suecia y Luxemburgo, han manifestado que mandar tropas "podría tenerse en cuenta", pero insisten en que cualquier despliegue dependería de un alto el fuego o un acuerdo de paz previo.
Sin embargo, esta idea enfrenta la oposición frontal de Rusia. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, expresó una postura "negativa" al respecto, argumentando que "no existen los soldados europeos, existen los soldados de países concretos y la mayoría de esos países son miembros de la OTAN". Para Moscú, la aproximación de la infraestructura militar de la Alianza Atlántica a sus fronteras fue una de las causas del conflicto, por lo que considera inaceptable cualquier presencia militar occidental en Ucrania. A pesar de estas diferencias fundamentales, el enviado especial de Estados Unidos, Steve Witkoff, manifestó que su gobierno espera que se pueda alcanzar un acuerdo sobre la guerra para finales de este año, aunque el tema de las garantías de seguridad sigue siendo el principal obstáculo.
En resumenEl diseño de un marco de seguridad para Ucrania es el principal escollo en las conversaciones de paz. La propuesta de tropas europeas es vista por Occidente como una garantía de disuasión, pero para Rusia representa una inaceptable expansión de la OTAN, lo que mantiene el diálogo en un punto muerto a pesar del optimismo de algunos diplomáticos.