Sin embargo, este tema genera una profunda división entre las potencias occidentales y representa una línea roja tanto para Kiev como para Moscú.
Tras las cumbres en Washington, el presidente estadounidense Donald Trump se ha comprometido a respaldar dichas garantías, pero ha dejado claro que esto no implicará el despliegue de "botas estadounidenses en el terreno". En cambio, ha exhortado a sus aliados europeos, mencionando a Gran Bretaña, Alemania y Francia, a desplegar tropas terrestres para asegurar un eventual alto el fuego. Esta postura ha evidenciado una división en Europa; mientras Alemania no descarta el envío de tropas en un contexto de posguerra, la idea genera reticencias en otros miembros. Los jefes militares de los 32 países de la OTAN ya se han reunido para discutir el diseño de un mecanismo de protección para Ucrania. Por su parte, el presidente Zelenski ha condicionado su primer encuentro cara a cara con Vladímir Putin a que estas garantías estén definidas, esperando tener una "arquitectura de garantías de seguridad" en un plazo de siete a diez días.
Rusia ha reaccionado con firmeza ante estas discusiones.
El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, ha calificado como "absolutamente inaceptable" cualquier despliegue de tropas europeas en Ucrania y ha advertido que cualquier debate sobre seguridad que no incluya los intereses rusos es "una utopía, un camino a ninguna parte". Moscú exige formar parte del diálogo, argumentando que su participación es indispensable para alcanzar una solución sostenible.