Este es el nudo gordiano del conflicto.
Rusia, que se anexionó Crimea en 2014 y ha ocupado vastas zonas de las regiones de Donetsk y Lugansk (el Donbás), considera que el reconocimiento de su control sobre estos territorios es una condición innegociable para poner fin a la guerra. El Kremlin ha declarado que uno de sus objetivos principales es la "liberación del Donbás", una región de mayoría rusoparlante y de gran importancia estratégica. Para Ucrania, la cesión de soberanía no es solo una línea roja política, sino también un impedimento constitucional. El presidente Zelenski ha afirmado que la Constitución de Ucrania prohíbe la renuncia a cualquier parte del territorio nacional, lo que convierte el tema en un asunto de legalidad interna además de seguridad nacional. Los analistas describen el Donbás como un "cinturón de defensa" clave para Kiev; su pérdida dejaría al resto del país en una posición mucho más vulnerable ante futuras agresiones.
Aunque el presidente estadounidense Donald Trump ha instado a Ucrania a ser "flexible", los líderes europeos han respaldado la posición de Zelenski, insistiendo en que las fronteras no pueden ser modificadas por la fuerza. Este desacuerdo fundamental sobre la soberanía y el territorio sigue siendo el desafío central que los esfuerzos diplomáticos aún no han logrado resolver.