Esta fase se caracteriza por una relativa estabilización de las líneas del frente, pero con un costo humano y material extremadamente alto para ambas naciones, lo que pone a prueba su resiliencia a largo plazo. Según Mario de la Puente, profesor de la Universidad del Norte, Rusia ha sufrido "pérdidas considerables en equipamiento militar avanzado y personal especializado", lo que podría debilitar su capacidad para sostener la ofensiva. Por su parte, Enrique Prieto, de la Universidad del Rosario, destaca la notable resistencia de Ucrania, que ha logrado frenar el avance de un ejército históricamente poderoso, impidiendo la toma de Kiev. Ambos analistas subrayan que esta resistencia no sería posible sin el apoyo militar y financiero de Estados Unidos y la Unión Europea.
Sin embargo, este respaldo occidental también enfrenta desafíos.
De la Puente advierte sobre "indicadores incipientes de fatiga política y económica" en la opinión pública europea, lo que podría comprometer la sostenibilidad de la ayuda en el futuro. En este contexto de estancamiento militar, la vía diplomática se presenta como la única salida viable. Los expertos concuerdan en que el futuro del conflicto dependerá menos de los avances en el campo de batalla y más de la capacidad de los actores internacionales, principalmente Estados Unidos, para articular un escenario de negociación que supere el actual punto muerto.