Estas exigencias, consideradas líneas rojas por Moscú, constituyen el principal obstáculo para una resolución pacífica del conflicto.
Fuentes oficiales rusas, incluido el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, han reiterado que cualquier acuerdo de paz a largo plazo debe contemplar la renuncia de Ucrania a su aspiración de unirse a la OTAN y el reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea y la región del Donbás. El presidente Donald Trump se hizo eco de esta postura al afirmar que Volodímir Zelenski podría terminar la guerra “casi de inmediato” si aceptara estas condiciones. Además, Lavrov ha insistido en que se deben respetar plenamente “los derechos de los rusos y los rusohablantes que viven en Ucrania” y que los intereses de seguridad de Rusia no pueden ser ignorados. Moscú también ha introducido un elemento de presión adicional al cuestionar la legitimidad de Zelenski como interlocutor, argumentando que su mandato presidencial habría expirado en mayo de 2024. Esta postura, junto con la demanda de que Ucrania entregue la totalidad de las regiones de Donetsk y Luhansk, dificulta enormemente el avance de cualquier negociación, ya que para Ucrania y sus aliados europeos, ceder territorio bajo coacción es inaceptable.