Mientras los líderes discutían el futuro del conflicto en Washington, las fuerzas rusas desplegaron una ofensiva a gran escala con 270 drones y 10 misiles.
Según la Fuerza Aérea ucraniana, 16 de estos proyectiles alcanzaron objetivos estratégicos.
Los ataques se concentraron en instalaciones energéticas en la región central de Poltava, donde se encuentra la principal refinería del país.
Las explosiones provocaron grandes incendios y dejaron sin electricidad a más de 1.500 hogares.
El alcalde de Kremenchuk, Vitalii Maletskyi, describió una columna de humo visible sobre la ciudad y declaró enfáticamente: “Putin no quiere la paz: quiere destruir Ucrania”.
Moscú, por su parte, afirmó que sus ataques estaban dirigidos a infraestructura petrolera utilizada por el ejército ucraniano.
Esta escalada militar es interpretada por Kiev y sus aliados como una táctica de presión de Rusia para negociar desde una posición de fuerza y para humillar los esfuerzos diplomáticos en curso. La continuación de los bombardeos refuerza la desconfianza hacia las verdaderas intenciones del Kremlin y complica la creación de un ambiente propicio para un diálogo de paz genuino.