El caracol gigante africano representa un doble riesgo: por un lado, amenaza los ecosistemas locales al alimentarse de plantas nativas y afectar cultivos agrícolas; por otro, es un vector de parásitos y bacterias peligrosas para la salud humana.

El contacto directo con el animal o su baba puede transmitir enfermedades como la meningitis eosinofílica. Por esta razón, las autoridades sanitarias y ambientales, como el Dagma en Cali, han insistido en que su manipulación debe realizarse con guantes y tapabocas.

Según los expertos, la erradicación completa de esta especie es prácticamente imposible debido a su alta tasa de reproducción (hasta 2.000 huevos al año) y su resistencia. Por ello, las estrategias se centran en el control de su población. Las condiciones ideales para su proliferación son los ambientes húmedos y las zonas con acumulación de basura, escombros o desechos orgánicos. En respuesta, las administraciones locales de los municipios afectados, incluyendo Palmira, están reforzando las acciones de recolección manual de los ejemplares y desarrollando campañas de sensibilización para educar a la ciudadanía sobre cómo identificarlos, los riesgos que representan y el procedimiento seguro para su eliminación. Se insta a la comunidad a mantener limpios los espacios públicos y privados y a reportar cualquier avistamiento a las entidades competentes.