Este barrio de la ladera occidental de Medellín, que hace dos décadas era un territorio vedado por el conflicto armado, hoy es una parada obligada para turistas nacionales y extranjeros. Su pasado estuvo marcado por la violencia de guerrillas, paramilitares y fuerzas del Estado, con operaciones militares como la 'Operación Orión' en 2002, que dejaron profundas cicatrices de muertes y desapariciones. Las "fronteras invisibles" trazadas por los grupos armados impedían la libre circulación de sus propios habitantes. Hoy, esa realidad ha sido reemplazada por los 'grafitours', recorridos guiados por jóvenes locales como Jonathan 'Tatam' Arroyo, de la asociación Casa Kolacho, quien afirma: "Pasamos de ser el lugar más inseguro de Medellín al que nadie se pierde visitar". El arte urbano, el rap y el baile se han convertido en herramientas de resistencia y expresión.

Sin embargo, la transformación no está exenta de debate.

Algunos visitantes, como María Paulina Hurtado, sienten que el enfoque se ha comercializado en exceso, perdiendo parte de su propósito original. En contraste, líderes comunitarios como 'el Güey' defienden el "equilibrio entre memoria y emprendimiento", donde el turismo genera ingresos para sostener proyectos sociales.

A la par de este renacimiento, persiste la sombra de La Escombrera, un terreno que se presume es uno de los cementerios clandestinos más grandes de Latinoamérica, un recordatorio silencioso de que la paz se construye sin olvidar las heridas del pasado.