El artículo cita al profesor Martin Coward, quien explica que “atacar las ciudades garantiza que la gente no tenga a donde regresar”. Esta idea se sustenta en un reportaje que recoge testimonios de la asociación israelí Breaking The Silence (BTS), donde soldados testifican haber recibido órdenes de incendiar las casas en las que se alojaron. La escala de la destrucción es tal que un artículo del periódico israelí Haaretz, de junio, estimó que “la proporción de estructuras arrasadas en Rafah, por ejemplo, es mayor que la de las destruidas en Hiroshima y Nagasaki”. Esta comparación, junto con la declaración de Jared Kushner, yerno de Donald Trump, quien tras una visita en octubre describió Gaza como si “se hubiera detonado una bomba nuclear”, refuerza la percepción de una aniquilación planificada del tejido urbano. Esta política de tierra arrasada no solo destruye hogares, sino también la infraestructura social, cultural y económica, con la aparente intención de generar un desplazamiento masivo y permanente de la población palestina, haciendo inviable su futuro en el enclave.