La situación en el enclave es desoladora.

Las precipitaciones han dejado inutilizables unas 125.000 tiendas de campaña, el único refugio para una gran parte de la población desplazada. La vida cotidiana se ha convertido en una lucha constante, como lo relatan dos mujeres gazatíes a la BBC un mes después del alto el fuego, expresando sus temores y la falta de perspectivas de futuro. La crisis alimentaria es otro de los grandes desafíos. Mientras los alimentos básicos escasean o están bloqueados por Israel, los supermercados que han podido reabrir con ayuda humanitaria están repletos de alimentos ultraprocesados.

Esta paradoja ha llevado a los residentes a quejarse: “Nos obligan a engordar”, como reporta el medio ‘Middle East Eye’.

La combinación de la falta de vivienda adecuada, las condiciones climáticas adversas y una nutrición deficiente precariza aún más la vida de los gazatíes, evidenciando que el fin de los combates no ha significado el fin del sufrimiento.