Su intervención directa busca no solo resolver el conflicto, sino también definir su legado y reafirmar su influencia en la política internacional. El pacto es consistentemente referido en los informes como “el plan de paz de Trump”, subrayando su autoría en la iniciativa. Fue el propio Trump quien dio la primicia del acuerdo a través de su red social Truth, declarando que “todos los rehenes serán liberados” y que se trata de “un gran día para el mundo árabe, Israel y Estados Unidos”. Esta gestión personalista se verá reforzada con su próxima visita a Israel y Egipto, donde, según se informa, se unirá a una cumbre para oficializar el plan y “certificar personalmente el acuerdo”.

Su papel ha sido tan prominente que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, lo invitó a dirigirse a la Knéset (el parlamento israelí) en Jerusalén.

La implicación de asesores cercanos a Trump, como Jared Kushner, en las negociaciones en Egipto, confirma que esta no fue una intervención superficial. Para Trump, este logro diplomático representa una oportunidad para consolidar su imagen como un actor decisivo en la escena mundial, capaz de lograr avances donde otros han fracasado, un punto clave en su agenda política. Su protagonismo ha sido aceptado por las partes involucradas, quienes ven en su liderazgo una garantía para mantener los compromisos adquiridos.