Un año después de que un ataque israelí con "bombas antibúnkeres" matara al líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, en Beirut, la organización chiíta se encuentra en un proceso de reagrupación. Sin embargo, existe un intenso debate sobre el verdadero impacto de su muerte y el grado de debilitamiento del poder del grupo. El asesinato de Nasrallah, una de las figuras más carismáticas e influyentes de la región, representó un golpe estratégico para Hezbolá y su patrocinador, Irán. El gobierno de Israel ha afirmado que, como resultado de este y otros ataques, el poder del grupo ha sido "diezmado". Esta visión es compartida en parte por el gobierno libanés, que actualmente trabaja para desarmar al grupo militante, aprovechando su aparente debilidad.
No obstante, esta perspectiva no es unánime.
Según uno de los artículos, "muchos expertos y simpatizantes de Hezbolá discrepan" de la idea de que la organización haya sido neutralizada. Argumentan que, si bien la pérdida de su líder fue significativa, la estructura de mando y la capacidad militar de Hezbolá le han permitido sobrevivir y comenzar a reorganizarse. La situación refleja la complejidad del conflicto en la frontera norte de Israel, donde la eliminación de líderes clave no garantiza necesariamente la desaparición de la amenaza que representan estos grupos.
En resumenLa muerte de Hassan Nasrallah fue un éxito táctico importante para Israel y un duro golpe para Hezbolá. Sin embargo, un año después, la resiliencia de la organización pone en duda la afirmación de que su poder ha sido destruido, lo que indica que el conflicto latente en la frontera líbano-israelí está lejos de terminar.