Las acciones específicas incluyen bombardeos que han destruido viviendas, huertas, depósitos de alimentos, escuelas, hospitales, acueductos y redes eléctricas. Además, Israel ha impuesto retenes y bloqueos que cortan las cadenas de suministro y ha impedido deliberadamente el paso de camiones con ayuda humanitaria en puntos de acceso como Kerem Shalom. Esta situación ha provocado una catástrofe humanitaria con consecuencias devastadoras: la población sufre un deterioro físico y psicológico extremo, con niños presentando retrasos en el crecimiento y una alta susceptibilidad a enfermedades infecciosas debido a la falta de vacunas y atención médica. La situación se agrava por el asesinato de más de 1.600 miembros del personal sanitario. El asedio no es solo alimentario, sino también tecnológico, impidiendo la llegada de herramientas que podrían mitigar la crisis. Los análisis concluyen que la hambruna provocada no es un subproducto de la guerra, sino una estrategia deliberada, descrita como “pieza de un plan aún más siniestro: el genocidio intencional del pueblo palestino”.