El ataque, que dejó cinco muertos, provocó una enérgica condena internacional y la ira del país anfitrión.
El 9 de septiembre, Israel atacó edificaciones en Doha donde se encontraban negociadores de Hamás.
Aunque los principales líderes sobrevivieron, el ataque mató al hijo del negociador principal, Khalil Al-Hayya, a su jefe de oficina y a tres guardaespaldas. El primer ministro de Catar, Mohammed bin Abdulrahman bin Jassim al Thani, declaró que su país estaba “enojado” y que “Netanyahu es un canalla que practica el terrorismo de Estado”, asegurando que el ataque destruyó cualquier esperanza de liberar a los rehenes.
Hamás y la Yihad Islámica afirmaron que la agresión “no habría tenido lugar sin la autorización estadounidense y la protección brindada por el presidente Donald Trump”.
El ataque fue ampliamente condenado a nivel mundial.
El secretario general de la ONU, António Guterres, lo calificó como una “flagrante violación de la soberanía” de Catar, mientras que Rusia y China lo vieron como una acción destinada a “socavar los esfuerzos internacionales por encontrar soluciones pacíficas”. Hamás consideró el ataque como una prueba de que Israel no desea un acuerdo y una declaración de guerra contra todos los países árabes.