La operación, que según Israel fue “totalmente independiente”, fue reivindicada por el primer ministro Benjamin Netanyahu, quien amenazó con nuevos ataques contra Hamás “allá donde esté”.

El ataque provocó una reacción de repudio a nivel internacional. Qatar lo calificó de “agresión criminal” y una “violación flagrante de las leyes y normas internacionales”, y su primer ministro advirtió que la acción “pone fin a toda esperanza” de liberar a los rehenes.

La Liga Árabe y más de 50 países árabes e islámicos se reunieron en Doha para formar un frente unido, mientras que potencias europeas como Francia, Reino Unido y España también condenaron el ataque. Estados Unidos se vio en una encrucijada diplomática; el presidente Donald Trump se declaró “muy descontento” con el “desafortunado incidente”, mientras su secretario de Estado, Marco Rubio, viajaba a la región para mitigar las tensiones.

La Casa Blanca afirmó haber sido notificada por Israel justo antes del ataque, pero negó cualquier participación.

Este acto no solo torpedea el proceso de negociación en el que Qatar era un mediador clave a petición de EE. UU. e Israel, sino que también sella la suerte de los rehenes restantes y desvía la atención del genocidio en curso en Gaza, según analistas.