La oficina del primer ministro Benjamín Netanyahu asumió “toda la responsabilidad” y justificó la acción como una respuesta al atentado en Jerusalén y como parte de su guerra para “derrotar a la organización terrorista Hamás”.

Sin embargo, el ataque, que dejó seis muertos pero ninguno del liderazgo principal, fue calificado por Catar como una “agresión criminal” y una “violación flagrante de las leyes internacionales”. La reacción fue inmediata y severa: la Liga Árabe expresó su pleno respaldo a Catar, y Pakistán y Argelia solicitaron una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU. El presidente estadounidense, Donald Trump, expresó su descontento, calificando el ataque de “imprudente”. Quizás la consecuencia más grave fue el impacto en las negociaciones de rehenes. El primer ministro de Catar advirtió que el ataque “pone fin a toda esperanza” para los 48 rehenes israelíes restantes en Gaza, ya que la delegación de Hamás fue atacada mientras discutía la propuesta de alto el fuego impulsada por EE. UU. A pesar de esto, el jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani afirmó que “nada nos disuadirá de continuar esta mediación”.