Este acercamiento energético se produce a pesar de un fuerte rechazo popular en Egipto, donde el acuerdo es calificado por algunos como "humillante". La cooperación energética entre Egipto e Israel se centra en los vastos yacimientos de gas del Mediterráneo oriental, como el campo Leviatán, ubicado frente a la costa israelí. Israel extrae el gas y lo exporta a Egipto, donde parte se utiliza para el consumo interno y otra se licúa en las plantas egipcias para su reexportación a los mercados europeos.

Este modelo de negocio ha convertido a Egipto en un centro energético regional, pero al mismo tiempo lo ha hecho más dependiente de un suministro proveniente de su antiguo adversario.

La creciente importación de gas israelí es una decisión pragmática impulsada por necesidades económicas y estratégicas. Para el gobierno egipcio, asegura una fuente de energía vital para su creciente población y su industria, además de generar ingresos por la exportación de gas licuado. Para Israel, representa una fuente de ingresos significativa y un medio para fortalecer los lazos estratégicos con un actor clave en el mundo árabe. Sin embargo, esta interdependencia económica contrasta fuertemente con la opinión pública en Egipto, donde la causa palestina sigue siendo un tema de gran sensibilidad. La normalización de las relaciones económicas con Israel es vista por muchos como una traición, especialmente en el contexto del conflicto en curso en Gaza. La imagen de una plataforma de gas israelí suministrando energía a Egipto encapsula esta tensión entre los intereses geopolíticos de los gobiernos y el sentimiento popular.