“Voy a disputar un cuarto mandato en Brasil”, expresó Lula ante su homólogo indonesio, Prabowo Subianto.

A sus casi 80 años, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) aseguró tener “la misma energía que cuando tenía 30” y estar “preparado para disputar otras elecciones”.

Su anuncio llega en un momento de baja popularidad a nivel interno, pero coincide con una intensa actividad en el escenario internacional. Durante su visita a Yakarta, Lula acordó avanzar en un Acuerdo de Comercio Preferencial entre el Mercosur e Indonesia. Su gira continuará en Malasia para participar en la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), donde se prevé un encuentro clave con el presidente estadounidense Donald Trump.

Este diálogo es visto como una oportunidad para reencauzar las relaciones bilaterales tras años de tensiones. Fuentes diplomáticas en Brasilia esperan que ambos gobiernos “estén dispuestos a superar la peor crisis en más de 200 años de relaciones diplomáticas”. La candidatura de Lula, por lo tanto, no solo define el panorama electoral brasileño, sino que reafirma su estrategia de proyectar a Brasil como un actor fundamental en el Sur Global y un interlocutor pragmático con las grandes potencias, a pesar de los desafíos económicos y la polarización política en su país.