El Kremlin, por su parte, se ha declarado “inmune” a las sanciones, endureciendo su postura en el conflicto.
Durante la noche del 30 de julio, Rusia lanzó una oleada de ataques con misiles y drones sobre la capital, Kiev, y otras regiones. Según autoridades ucranianas, al menos seis personas murieron en la capital, incluyendo un niño de seis años. Otro ataque aéreo sobre una prisión en Zaporizhzhia causó la muerte de al menos 17 reclusos, mientras que un bombardeo a un hospital en Dnipropetrovsk dejó tres muertos, entre ellos una mujer embarazada.
El presidente Volodímir Zelenski calificó los ataques como crímenes de guerra y una violación deliberada del derecho internacional, declarando que Rusia “ha cruzado otra línea roja”.
Esta ofensiva ocurre en un momento de alta tensión diplomática.
El presidente de EE. UU., Donald Trump, acortó drásticamente su plazo para que Rusia acuerde un alto el fuego, pasando de 50 a solo diez días.
“No hay razón para esperar. No estamos viendo ningún progreso”, declaró Trump, amenazando con imponer nuevos aranceles y sanciones si Moscú no muestra avances antes del 8 de agosto.
En respuesta, el Kremlin, a través de figuras como Dmitri Medvédev, calificó el ultimátum como una “provocación” y afirmó que ha aprendido a ser inmune a las sanciones, sugiriendo que la presión podría desencadenar un conflicto mayor.