La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) profirió su primera sentencia contra siete exmiembros del último secretariado de las FARC-EP, declarándolos responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad por la política de secuestros. La decisión, que impone sanciones restaurativas en lugar de cárcel, ha suscitado un intenso debate sobre el equilibrio entre justicia, reparación y paz en Colombia. La sentencia, resultado de un proceso de siete años y medio, condena a Rodrigo Londoño, Pablo Catatumbo, Pastor Alape, Milton de Jesús Toncel, Jaime Alberto Parra, Julián Gallo y Rodrigo Granda a ocho años de sanción propia, la máxima contemplada en el Acuerdo de Paz. Durante este tiempo, deberán participar en proyectos de desminado humanitario, búsqueda de personas desaparecidas, recuperación ambiental y reparación simbólica.
A pesar de la condena, los excomandantes mantienen sus derechos políticos. La JEP documentó que la guerrilla secuestró a más de 21.000 personas, de las cuales 4.325 fueron acreditadas como víctimas en este macrocaso. El magistrado ponente, Camilo Suárez, defendió la decisión afirmando que “hay justicia cuando se visibiliza a las víctimas”. Por su parte, el exjefe negociador Humberto de la Calle calificó la aceptación de la sanción por parte de las FARC como “un hecho inédito en el mundo”. Sin embargo, la sentencia ha sido duramente criticada por víctimas emblemáticas.
Ingrid Betancourt declaró que “los únicos restaurados son los criminales”, mientras que el sargento (r) César Augusto Lasso, secuestrado durante 14 años, la calificó como un “mensaje de impunidad”. El general (r) Luis Mendieta fue contundente al afirmar: “Si no hay reparación, no hay justicia”, argumentando que los exjefes guerrilleros no han aportado la verdad completa ni han reparado materialmente a los afectados. Esta división de opiniones refleja la complejidad del sapo que, según analistas, la sociedad debe tragar en nombre de la transición, especialmente cuando la paz total aún no se materializa.
En resumenLa primera sentencia de la JEP contra la cúpula de las FARC marca un hito en la justicia transicional al condenar a los máximos responsables por crímenes de lesa humanidad. No obstante, la naturaleza restaurativa de las sanciones, sin cárcel, ha provocado un profundo rechazo entre las víctimas, que la consideran un acto de impunidad, mientras que defensores del Acuerdo de Paz la ven como un paso necesario para la reconciliación.