Según el portavoz del gobierno talibán, Zabihullah Mujahid, las cifras "no son definitivas y podrían aumentar".
Tres aldeas quedaron completamente destruidas y cientos de viviendas, en su mayoría construidas con materiales frágiles como ladrillos de barro y paja, colapsaron. La poca profundidad del temblor amplificó su poder destructivo, y se estima que más de 1,2 millones de personas sintieron sacudidas fuertes.
La respuesta a la emergencia enfrenta enormes desafíos. Las operaciones de rescate se ven obstaculizadas por la compleja geografía montañosa de la cordillera del Hindu Kush, deslizamientos de tierra que han bloqueado carreteras y la precariedad de la infraestructura. Afganistán, un país marcado por décadas de conflicto y pobreza, carece de recursos para gestionar una catástrofe de esta magnitud.
El aislamiento internacional del régimen talibán complica aún más la coordinación y la llegada de ayuda humanitaria.
Organismos como la ONU han desplegado personal para brindar asistencia, mientras el ejército afgano utiliza helicópteros para evacuar a los heridos.
Esta tragedia pone de manifiesto la letal combinación de vulnerabilidad estructural y actividad sísmica que convierte a Afganistán en una de las zonas de mayor riesgo del planeta.