Ordóñez describió una niñez solitaria, donde no encajaba ni en su propia familia.
“Mi papá y mi mamá creían que yo estaba loco, que les nació un hijo raro.
[...] Siempre fui un niño debajo de una mesa jugando con palos y piedras”, narró.
Su respuesta a esta adversidad fue encontrar en el humor una vía de transformación.
Sin embargo, el éxito y la fama lo llevaron a repetir patrones de abuso.
Admitió haberse convertido en una persona orgullosa y haber sido infiel, lo que destruyó su primer matrimonio.
“Yo tenía el mundo a mis pies y volví trizas mi hogar, la vida de mis hijos… todo”, confesó.
Un punto de inflexión fue su conversión al protestantismo en 1998, que lo llevó a una profunda crisis económica pero también a la recuperación de su familia.
“Recuperé a mi esposa, me quebré, me subí a los buses y tuve que empezar de cero.
Recuerdo un día, mi hija recién nacida y no tenía como darle para un tetero después de haberlo tenido todo”, relató.
Hoy, Ordóñez utiliza su plataforma y su historia personal como una herramienta de sanación, buscando ayudar a otros a superar sus propias heridas.












