La muerte de Terry Bollea a los 71 años por un paro cardíaco ha provocado una doble narrativa en los medios. Por un lado, se analiza su monumental éxito comercial, destacando cómo transformó a Hulk Hogan en una marca global que, en su apogeo, llegó a ser más reconocida por los niños estadounidenses que Mickey Mouse. Artículos detallan su imperio de más de 300 productos licenciados, desde videojuegos hasta parrillas eléctricas, consolidándolo como un pionero del branding personal mucho antes de la era de los influencers. Su capacidad para reinventarse, pasando de héroe a villano con el personaje de 'Hollywood Hogan', es estudiada como una clase magistral de marketing. Por otro lado, emerge una historia más personal y compleja a través de la reacción de su hija, Brooke Hogan. Ella reveló que, tras dos años de distanciamiento, tuvo una última conversación con su padre antes de su muerte, una interacción que, según sus palabras, la dejó sintiéndose "en paz". Esta declaración se convierte en una pieza clave de la estrategia de relaciones públicas póstuma, humanizando al ícono y ofreciendo una narrativa de cierre y reconciliación familiar que contrasta con la imagen pública de invencibilidad y éxito comercial que cultivó durante décadas.
