Esta situación evidencia un profundo desajuste entre el sistema educativo y las demandas del sector productivo.

Miles de jóvenes con formación profesional no logran encontrar empleo en sus áreas de especialización, viéndose forzados a aceptar trabajos informales o en cargos que están por debajo de sus capacidades, lo que limita su desarrollo y potencial de ingresos.

La problemática es particularmente visible en el desempleo juvenil. Un análisis sobre el mercado laboral en Ibagué señala que "miles de jóvenes no encuentran empleo o están por fuera de la formalidad... no consiguen colocarse en puestos del área de su profesión". Este fenómeno se agrava por la falta de experiencia, una barrera común para los recién egresados. En el Tolima, por ejemplo, aunque las carreras más demandadas para la inscripción universitaria son las relacionadas con economía y administración, esto no se traduce necesariamente en una inserción laboral exitosa. El informe de Antioquia Cómo Vamos también toca este punto, al revelar que "dos de cada cinco jóvenes no se sienten preparados para ingresar a la universidad y el 70% considera que su formación no tiene relación con las exigencias del mercado laboral". Esta desconexión estructural sugiere que la inversión en educación superior no está rindiendo los frutos esperados en términos de empleabilidad.