Los expertos atribuyen esta disparidad a barreras históricas, la falta de acceso a educación superior y la desproporcionada carga de trabajos de cuidado no remunerado que recae sobre ellas. A pesar de una leve mejoría en la tasa de desempleo juvenil general, que se redujo al 15,3%, la informalidad sigue siendo la norma para quienes logran emplearse, con un 57,1% de los jóvenes ocupados en condiciones precarias y salarios inferiores al mínimo. La Alianza por la Inclusión Laboral (AIL) advierte que el 43% de la juventud colombiana permanece desconectada del sistema, lo que subraya la fragilidad del puente entre la formación y la empleabilidad. La líder de la AIL, Adriana María Lloreda, señaló la gravedad de la situación: “Cuando se cruzan factores como la pobreza, el género o el lugar de nacimiento, el hilo se tensa más. Y cuando demasiados hilos se rompen, el tejido social ya no abriga, se vuelve frágil, desigual e insuficiente”.
Esta problemática se agudiza en regiones apartadas como Guainía y Vaupés, donde el acceso a la educación superior es mínimo, perpetuando un ciclo de exclusión y desigualdad que amenaza la competitividad futura del país.