En una jornada de cinco horas, alternando entre los buses de TransMilenio y restaurantes de barrio, logró reunir $124.500.
Proyectando esta cifra, podría superar el millón de pesos semanales, un ingreso que muchos empleados formales no alcanzan. Su historia refleja la creatividad y la necesidad que impulsan a miles de personas a utilizar el espacio público para generar su sustento, a pesar de que estas prácticas están prohibidas por las normas del sistema de transporte. En contraparte, el gremio de bicitaxistas de la ciudad protagonizó un paro de dos días en protesta por una nueva normativa que prohíbe sus vehículos motorizados y los restringe a tricimóviles no motorizados o de pedaleo asistido. Esta medida pone en riesgo el sustento de miles de familias que dependen de este medio de transporte. Los manifestantes bloquearon vías para reclamar condiciones dignas de trabajo y una regulación que no los excluya. Ambos casos, aunque diferentes en su naturaleza, ilustran la tensión permanente que viven los trabajadores informales: la búsqueda de ingresos en un entorno no regulado y la vulnerabilidad ante cambios normativos que pueden afectar drásticamente su capacidad para subsistir.