La administración Trump ha navegado una compleja relación con China, combinando gestos de distensión comercial con acciones que elevan la tensión militar, como la aprobación de una significativa venta de armamento a Taiwán. Estas decisiones reflejan un doble enfoque en la política exterior estadounidense hacia la región de Asia-Pacífico. Por un lado, en un movimiento que ha provocado una fuerte advertencia de Pekín, el gobierno de EE. UU. aprobó la venta de repuestos militares a Taiwán por un valor de 330 millones de dólares. Esta es la primera operación de venta de armamento a la isla durante el segundo mandato de Trump, una acción que China considera una injerencia en sus asuntos internos y una amenaza a su soberanía, prometiendo tomar “las medidas necesarias” en respuesta. Por otro lado, en el ámbito comercial, se ha producido una notable distensión.
Tras una reunión entre el presidente Trump y su homólogo chino, Xi Jinping, en Corea del Sur, China anunció la suspensión temporal de las restricciones a la exportación de minerales estratégicos hacia Estados Unidos. Esta medida, vigente por un año, levanta el veto a la venta de metales como galio y germanio, cruciales para la industria tecnológica y de defensa. Además, China incluyó 13 precursores químicos del fentanilo en su catálogo de sustancias controladas, cumpliendo con un acuerdo para combatir la crisis de opioides.
Estas acciones recíprocas buscan aliviar las tensiones comerciales que han afectado las cadenas de suministro globales.
En resumenLa política de la administración Trump hacia China se caracteriza por una dualidad: mientras aprueba una venta de armas a Taiwán que irrita a Pekín, simultáneamente logra acuerdos comerciales significativos, como el levantamiento de restricciones a minerales estratégicos y la cooperación en la lucha contra el fentanilo, mostrando un enfoque pragmático y a la vez conflictivo.