Aunque negó que EE.

UU. vaya a entrar en guerra, mantuvo una postura ambigua sobre futuras acciones militares, declarando: “No le voy a decir qué voy a hacer con Venezuela”.

Esta retórica se enmarca en la campaña de “máxima presión” de Washington, que incluye un despliegue naval sin precedentes en la zona y ataques a presuntas “narcolanchas”. La situación se ha complicado con la intervención de Rusia.

El Kremlin confirmó mantener “comunicación constante” con Caracas y aludió a “obligaciones contractuales”, lo que sugiere una posible asistencia militar a Maduro.

Este escenario convierte a Venezuela en el epicentro de una creciente rivalidad entre potencias, donde la administración Trump busca una “victoria fácil en política exterior”, según analistas citados en los artículos.