El encuentro, calificado por Trump como “un gran éxito”, busca desescalar las tensiones que han afectado la economía global, aunque analistas advierten que podría ser una pausa frágil.

Durante la reunión de 90 minutos, ambos líderes pactaron medidas significativas.

Estados Unidos se comprometió a reducir del 20% al 10% los aranceles impuestos a China en represalia por el tráfico de fentanilo, después de que Xi se comprometiera a reforzar los controles sobre este opioide.

Por su parte, China accedió a levantar las restricciones a la exportación de tierras raras durante un año, un punto crítico para la industria tecnológica y de defensa estadounidense. Además, Pekín reanudará la compra de “enormes” cantidades de soja estadounidense, una medida que alivia la presión sobre los agricultores de EE. UU. A pesar del tono conciliador, la reunión se enmarca en una confrontación estratégica más amplia que abarca la supremacía tecnológica y la seguridad. Antes del encuentro, Trump había anunciado la reanudación de pruebas nucleares, un movimiento que añade complejidad a la relación. El acuerdo no resuelve disputas estructurales, como la propiedad intelectual o el futuro de empresas como TikTok, pero representa un regreso al statu quo de principios de año y un intento de estabilizar las relaciones antes de que las tensiones se salgan de control.