Entre los acuerdos clave, Estados Unidos se comprometió a reducir los aranceles impuestos a China en represalia por el tráfico de fentanilo, del 20% al 10%.

A cambio, Pekín aceptó levantar las restricciones a la exportación de tierras raras durante un año y reanudar la compra de "enormes" cantidades de soja estadounidense.

Ambos líderes mostraron un tono conciliador; Trump describió a Xi como un "gran líder" y Xi expresó su disposición a "construir una base sólida para las relaciones". Sin embargo, analistas como el exembajador Nicholas Burns calificaron el pacto como una "tregua incómoda", sugiriendo que más que un avance significativo, representa un regreso al statu quo de principios de año. La tregua llega en un contexto de confrontación estratégica más amplia que abarca la supremacía tecnológica y el control de cadenas de suministro globales. China, que domina la producción de tierras raras, ha estado avanzando hacia la "autosuficiencia tecnológica" según su último plan quinquenal, buscando reducir su dependencia de productos estadounidenses como los semiconductores. Por su parte, la administración Trump ha buscado fortalecer alianzas con otros países asiáticos como Japón y Corea del Sur para asegurar el acceso a minerales críticos y contrarrestar la influencia de Pekín.

Aunque el acuerdo alivia las tensiones a corto plazo, la competencia estructural entre las dos mayores economías del mundo persiste.