Sin embargo, la demolición ha sido duramente criticada.

El Ala Este, construida en 1902, albergaba tradicionalmente las oficinas de la primera dama y fue escenario de importantes encuentros históricos. Organizaciones de patrimonio, como el National Trust for Historic Preservation, advirtieron que la obra “podría alterar de forma permanente el diseño clásico” de la residencia presidencial. Políticos demócratas han calificado la acción como una “falta de respeto”, especialmente mientras el gobierno federal enfrenta un cierre parcial.

Para muchos opositores, la demolición se ha convertido en una “metáfora de la forma en que Donald Trump ha arrasado con las normas, las instituciones y hasta con el orden mundial”.