Trump defendió la decisión argumentando que, tras consultar a “los mejores arquitectos del mundo”, la demolición era necesaria para dar paso a “uno de los salones de baile más grandes del mundo”. El nuevo espacio, de 8.300 metros cuadrados, tendrá capacidad para 1.000 invitados y, según el mandatario, permitirá celebrar cenas de Estado y otros eventos oficiales sin necesidad de instalar carpas temporales en los jardines.

Sin embargo, la demolición del Ala Este, que tradicionalmente albergaba las oficinas de la primera dama desde su construcción en 1902, ha sido calificada como un “golpe a la historia” y una “falta de respeto” hacia la residencia presidencial. Organizaciones como el National Trust for Historic Preservation han advertido que la construcción “podría alterar de forma permanente el diseño clásico y equilibrado” de la mansión. Las imágenes de las máquinas de demolición trabajando en el emblemático edificio han circulado ampliamente, alimentando la controversia en un momento en que el país enfrenta un cierre de gobierno, lo que ha llevado a los críticos a cuestionar las prioridades de la administración.