En un giro significativo de su política exterior, el presidente Donald Trump ha amenazado con enviar misiles Tomahawk de largo alcance a Ucrania si Rusia no pone fin a la guerra. Esta postura ofensiva surge en medio de negociaciones diplomáticas, incluyendo un encuentro con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky y una próxima cumbre con Vladimir Putin. Durante un encuentro en la Casa Blanca, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky solicitó formalmente a Trump el suministro de misiles Tomahawk, un armamento de largo alcance capaz de alcanzar objetivos estratégicos en Moscú.
Aunque inicialmente Trump se mostró reticente, su postura cambió tras mantener una conversación telefónica con el presidente ruso, Vladimir Putin.
Posteriormente, a bordo del Air Force One, Trump lanzó un ultimátum directo: "Podría decir: ‘Mira, si esta guerra no se va a resolver, les voy a enviar Tomahawks’".
Esta amenaza representa una escalada significativa, ya que hasta ahora Estados Unidos había evitado entregar armas ofensivas de tal calibre para no cruzar las "líneas rojas" de Rusia. La diplomacia de Trump se mueve en un doble carril: por un lado, utiliza la amenaza militar como una herramienta de presión o "diplomacia coercitiva"; por otro, mantiene abiertos los canales de diálogo. Anunció una próxima cumbre con Putin en Budapest para buscar una salida negociada al conflicto, lo que sitúa la posible entrega de misiles como una poderosa moneda de cambio. El Kremlin ha reaccionado advirtiendo que el envío de estos misiles "puede acabar mal para todos", mientras Kiev ve en esta posibilidad una oportunidad única para cambiar el rumbo de la guerra.
En resumenLa administración Trump ha adoptado una estrategia de "diplomacia coercitiva" hacia Rusia, utilizando la posible entrega de misiles Tomahawk a Ucrania como una poderosa herramienta de negociación. Aunque Trump se reunió con Zelensky y se muestra abierto a apoyar a Kiev, su amenaza está ligada a la falta de avances en las negociaciones de paz con Putin, con quien planea una cumbre. Esta política de alto riesgo busca forzar una resolución al conflicto, pero también podría provocar una escalada militar de consecuencias impredecibles.