El presidente declaró: “Podría tener que hablar con Rusia, para ser honesto.
Podría decir: ‘Mira, si esta guerra no se va a resolver, les voy a enviar Tomahawks’”.
Esta declaración se produjo tras dos conversaciones telefónicas con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien ha solicitado insistentemente este tipo de armamento.
Los misiles Tomahawk tienen un alcance de hasta 2.400 kilómetros, lo que permitiría a Ucrania atacar objetivos estratégicos en el corazón de Rusia, incluyendo Moscú.
Hasta ahora, EE.
UU. había proporcionado más de 75.000 millones de dólares en ayuda militar, pero se había abstenido de entregar armas de largo alcance ofensivo para no cruzar las “líneas rojas” de Moscú. La estrategia de Trump se interpreta como un intento de “disuasión coercitiva” para forzar a Putin a negociar el fin de la guerra. Sin embargo, el riesgo de una escalada es considerable. El subjefe del Consejo de Seguridad de Rusia advirtió que el envío de estos misiles “puede acabar mal para todos”.
El Kremlin ha reforzado sus defensas antiaéreas y ha advertido que responderá “con todos los medios disponibles”. Trump no ha tomado una decisión definitiva, pero la sola amenaza reconfigura el tablero geopolítico y presiona a la OTAN y a los aliados europeos a definir su postura.












