El discurso generó preocupación por la politización del ejército y sus connotaciones autoritarias.
Ante más de 800 generales y almirantes, el secretario Hegseth anunció un giro radical para terminar con lo que denominó "basura ideológica woke", incluyendo las políticas de diversidad, equidad e inclusión. Criticó duramente la apariencia de los militares, afirmando que no quería ver "generales gordos" y que se volvería a un "estándar masculino" en cuanto a capacidad física.
El presidente Trump respaldó esta visión y fue más allá, declarando una "invasión desde dentro" y señalando a ciudades gobernadas por la "izquierda radical", como San Francisco, Chicago y Nueva York, como frentes de una "guerra interna". En una de sus declaraciones más alarmantes, Trump sugirió que usarían estas "ciudades peligrosas como campo de entrenamiento para nuestros militares". Analistas como Ben Rhodes calificaron estas ideas de "profundamente fascistas".
La coronela retirada Karen Kwiatkowski señaló que los altos mandos fueron tratados como "nuevos reclutas" y que el discurso fue un "insulto descarado" que minó la confianza en el liderazgo presidencial, mientras Hegseth ordenaba a los generales "prepararse para la guerra".












