El presidente Donald Trump, en conjunto con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, presentó un plan integral de 20 puntos para poner fin al conflicto en Gaza. La propuesta establece un alto al fuego, la liberación de rehenes y la creación de una autoridad de transición liderada por el propio Trump y el ex primer ministro británico Tony Blair. El plan, divulgado por la Casa Blanca tras una reunión entre ambos mandatarios, otorga a Hamás un ultimátum de 72 horas para liberar a los rehenes israelíes a cambio de la liberación de prisioneros palestinos. Contempla además un alto el fuego inmediato, una retirada gradual de las fuerzas israelíes, el desarme total de Hamás y su exclusión de cualquier gobierno futuro en Gaza. Para supervisar la transición, se crearía una “Junta de la Paz” presidida por Trump, con Blair como participante, y se desplegaría una “Fuerza Internacional de Estabilización” liderada por Estados Unidos. La iniciativa ha recibido el respaldo de Netanyahu, quien afirmó que el plan “logra nuestros objetivos bélicos”, aunque insistió en que el ejército israelí permanecerá en la mayor parte de Gaza y reiteró su rechazo a la creación de un Estado palestino. La propuesta ha generado reacciones diversas a nivel global.
Países como Reino Unido, Francia, Italia, Arabia Saudita, Qatar y Turquía han celebrado los esfuerzos.
Sin embargo, ha sido duramente criticada por algunos sectores que la consideran un “delirio colonial” que pasa el dominio de Gaza de Israel a Washington sin garantizar la autodeterminación palestina, la reparación a las víctimas o el enjuiciamiento por crímenes de guerra. El exlíder laborista británico Jeremy Corbyn criticó la inclusión de Blair, recordando su papel en la invasión de Irak, y afirmó que el futuro de Gaza “le corresponde al pueblo palestino”.
En resumenEl plan de paz para Gaza propuesto por Trump y Netanyahu busca un cese al fuego y una reestructuración de la gobernanza, pero enfrenta escepticismo y críticas por su enfoque, que es visto como una imposición externa que no garantiza una solución soberana para los palestinos. Su viabilidad depende de la improbable aceptación de Hamás y de superar la oposición interna en Israel.