En una de sus intervenciones, utilizó la ocasión para honrar a Charlie Kirk, a quien calificó como un “gigante de su generación” y “campeón de la libertad”, y anunció que le concedería póstumamente la Medalla Presidencial de la Libertad. Trump vinculó directamente el asesinato de su aliado con una amenaza interna, responsabilizando a la “izquierda radical” de fomentar el terrorismo. Esta narrativa fue reforzada por el secretario de Guerra, Pete Hegseth, en el Pentágono. La jornada también reflejó las prioridades políticas del presidente: mientras se realizaban los actos solemnes, el vicepresidente J.D. Vance viajó a Utah para dar el pésame a la familia de Kirk, y el propio Trump asistió más tarde a un partido de béisbol en el Yankee Stadium. Este enfoque, que entrelazó el recuerdo del 11-S con la polarización política actual, representa un cambio significativo respecto a conmemoraciones anteriores, donde los líderes de ambos partidos solían hacer un llamado a la unidad nacional.