Esta estrategia de máxima presión ha provocado una enérgica respuesta del gobierno de Nicolás Maduro, quien denuncia una amenaza de intervención y prepara a su país para una posible confrontación armada. El despliegue estadounidense es de gran envergadura, incluyendo siete buques de guerra, un submarino de ataque nuclear, más de 4.500 efectivos y el envío de diez cazas F-35 a Puerto Rico. La situación escaló drásticamente cuando el presidente Trump confirmó un “ataque letal” contra una embarcación presuntamente cargada con drogas y tripulada por miembros del Tren de Aragua, que resultó en la muerte de once personas.

Posteriormente, Trump emitió una advertencia directa, afirmando que cualquier avión militar venezolano que represente una amenaza “será derribado”.

Desde el Pentágono se calificó el sobrevuelo de cazas F-16 venezolanos cerca de un destructor estadounidense como una “maniobra provocativa”. En respuesta, Nicolás Maduro ha denunciado la presencia militar como “la más grande amenaza que se haya visto en el continente en los últimos cien años”, y ha advertido que si su país es agredido, “pasaría a una etapa de lucha armada”.

A pesar de la retórica belicista, Maduro también ha hecho un llamado al diálogo con Trump para coordinar esfuerzos contra el narcotráfico, aunque las relaciones diplomáticas entre ambos países, rotas desde 2019, siguen deterioradas. La Casa Blanca sostiene que la operación busca desmantelar redes de narcotráfico vinculadas al chavismo, al que califica de “narcoestado”.