El Estado colombiano, a través de la Fiscalía General de la Nación y la Agencia Nacional de Defensa Jurídica del Estado, reconoció su responsabilidad internacional por la detención ilegal y la condena injusta de Gustavo Sastoque Alfonso. El exfuncionario del CTI pasó más de diez años en prisión por el homicidio del exdirigente del M-19 Hernando Pizarro Leongómez, un crimen que no cometió. En un acto público presidido por la fiscal general Luz Adriana Camargo, el Estado ofreció disculpas a Sastoque, cumpliendo con las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En 1995, Sastoque, quien se desempeñaba en labores administrativas de archivo en el CTI, fue vinculado al asesinato de Pizarro Leongómez y condenado a 41 años de prisión.
El proceso, llevado a cabo por la extinta "justicia sin rostro", estuvo plagado de irregularidades que vulneraron sus derechos a la libertad personal y a las garantías judiciales. La CIDH concluyó que el Estado era responsable y recomendó dejar sin efectos la condena y otorgarle una reparación integral. La inocencia de Sastoque fue finalmente confirmada en 2020, cuando excomandantes de las FARC-EP, en una carta a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), reconocieron la autoría del asesinato y pidieron perdón a Sastoque. En sus declaraciones, Sastoque calificó el proceso como una "maldad" y un "falso positivo judicial", asegurando que fue elegido como "chivo expiatorio" a partir de un álbum de funcionarios del CTI.
"El perdón ya no sirve para nada porque el daño ya me lo hicieron", expresó, relatando que la condena injusta truncó sus sueños y provocó la muerte de su madre. La fiscal Camargo reconoció las vulneraciones y afirmó que el caso debe suscitar una "profunda reflexión" sobre el impacto de las decisiones judiciales.
En resumenEl reconocimiento de responsabilidad del Estado en el caso de Gustavo Sastoque marca un hito en la lucha contra los errores judiciales en Colombia. Aunque el acto de perdón busca una reparación simbólica, la historia de Sastoque evidencia las devastadoras consecuencias de un sistema de justicia fallido y subraya la importancia de las garantías procesales para proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos.