El asesinato de Esteban Yepes Palacios, un joven de 19 años, a manos de un habitante de calle en Itagüí, Antioquia, ha generado una profunda conmoción nacional y ha puesto sobre la mesa un complejo debate sobre la seguridad ciudadana, la salud mental y la responsabilidad del Estado hacia las poblaciones vulnerables. El crimen, captado por cámaras de seguridad, mostró cómo William de Jesús Cadavid, de 77 años, atacó al joven por la espalda con un arma blanca, causándole la muerte de manera instantánea. Inicialmente, se difundió la versión de que el ataque fue una reacción a la negativa del joven de darle una moneda. Sin embargo, testimonios posteriores de la familia de la víctima, específicamente de su hermana Viviana, aclararon que el detonante habría sido un reclamo de Esteban después de que Cadavid pateara a su perro. Este acto de intolerancia extrema ha destapado una problemática más profunda.
La comunidad local y usuarios en redes sociales revelaron que el presunto agresor ya tenía un historial de comportamientos violentos y agresivos, especialmente contra quienes no le daban dinero, lo que sugiere una falla en la atención preventiva por parte de las autoridades locales. El padre de la víctima, Sergio Yepes, describió a su hijo como un joven “tranquilo, responsable y alegre” que “solo quería trabajar y salir adelante”. La defensa de Cadavid ha solicitado un examen psiquiátrico para determinar su posible inimputabilidad, abriendo un debate sobre cómo el sistema judicial debe tratar a personas con posibles trastornos mentales que cometen delitos graves. Este caso evidencia una triple falla: la vulneración del derecho a la vida de un ciudadano, la falta de una política pública efectiva para la atención de habitantes de calle con problemas de salud mental y la creciente percepción de inseguridad en los espacios públicos.
En resumenEl homicidio de Esteban Yepes Palacios trasciende el acto criminal individual, revelando una crisis social que entrelaza la inseguridad urbana con la desatención a la salud mental de la población en situación de calle. La tragedia exige una respuesta integral del Estado que no solo garantice justicia para la víctima, sino que también implemente políticas efectivas de inclusión y tratamiento para evitar que la vulnerabilidad de unos se convierta en una amenaza para otros.