Los informes indican que el objetivo de los ataques va más allá de lo militar, buscando hacer el territorio inhabitable. El concepto de “urbicidio”, la destrucción deliberada de una ciudad, ha encontrado un terrible significado en Gaza. Según los informes, el 92 % de los edificios residenciales han sido arrasados, lo que sugiere una estrategia que busca imposibilitar el regreso de la población a sus hogares. El profesor Martin Coward, de la Universidad de Londres, afirma que “atacar las ciudades garantiza que la gente no tenga a donde regresar”. Esta visión se ve respaldada por testimonios recogidos por la asociación israelí Breaking The Silence, donde soldados relatan haber recibido órdenes de incendiar las casas en las que se alojaban. La magnitud de la destrucción ha sido comparada con la de eventos históricos devastadores. El periódico israelí Haaretz estimó en junio que la proporción de estructuras arrasadas en Rafah es mayor que la de las destruidas en Hiroshima y Nagasaki. Esta percepción fue compartida por Jared Kushner, yerno de Donald Trump, quien tras una visita en octubre describió la escena como si “se hubiera detonado una bomba nuclear”. La destrucción sistemática no solo afecta las viviendas, sino toda la infraestructura necesaria para la vida, convirtiendo vastas áreas urbanas en escombros y haciendo que la reconstrucción parezca una tarea casi imposible.