Esta iniciativa representa el esfuerzo diplomático más significativo para detener la violencia en la región, aunque su alcance y sostenibilidad son objeto de intenso debate. El plan, presentado por el presidente Trump como “probablemente uno de los días más grandes de la civilización”, establece un cese al fuego prorrogable, la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos, el retorno de desplazados a la Franja de Gaza y la garantía de ingreso de ayuda humanitaria. La diplomacia estadounidense fue clave para sellar el pacto, con un viaje relámpago del presidente a Israel y Egipto y la participación activa de naciones árabes para presionar a ambas partes. A pesar de que la comunidad internacional recibió con beneplácito la noticia, el acuerdo es visto por muchos como una tregua temporal y no como una paz definitiva. La investigadora Pamela Urrutia, de la Escuela de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona, señaló que la medida “es temporal y no apunta a resolver las causas estructurales del conflicto”. La iniciativa, diseñada en gran medida por actores externos, refleja una compleja red de intereses geopolíticos donde la voz de los palestinos, según algunos análisis, ha sido relegada a un segundo plano, generando dudas sobre su legitimidad y viabilidad a largo plazo.