Esta tensión interna refleja las complejidades políticas y morales que enfrenta el país.

El periodista de Haaretz, Gideon Levy, describe un “silencio aterrador” y una “burbuja de indiferencia” en la mayoría de la sociedad. Cita una encuesta que revela que el 62% de los israelíes cree que “no hay inocentes en Gaza”, una creencia que justifica la destrucción.

Según Levy, “cualquier expresión de empatía (...) se ha convertido en sospechoso en el país, y en ocasiones incluso ilegal”.

Sin embargo, esta visión de una sociedad monolítica contrasta con la evidencia de una fuerte disidencia. En Tel Aviv, se han registrado manifestaciones masivas, con hasta 350.000 personas exigiendo un acuerdo inmediato para la liberación de los rehenes. La “Plaza de los Rehenes” es el epicentro de este movimiento, que presiona directamente al gobierno de Netanyahu. Esta presión se suma a la de los sectores ultranacionalistas de su coalición, que rechazan cualquier acuerdo con Hamás. Así, el gobierno se encuentra atrapado entre dos fuerzas opuestas: una que pide el fin de la guerra para salvar a los cautivos y otra que exige continuar las operaciones militares hasta la eliminación total de Hamás.