Estos actores han facilitado las negociaciones indirectas y han ejercido presión para alcanzar un consenso en un entorno de extrema reserva.
Egipto ha reafirmado su rol histórico como principal interlocutor entre Israel y las facciones palestinas, albergando las conversaciones cruciales en El Cairo y Sharm el Sheij. Para el gobierno egipcio, el acuerdo no solo refuerza su liderazgo regional, sino que también representa un alivio ante la tensión en su frontera con Gaza.
Estados Unidos, bajo la iniciativa del equipo de Donald Trump, ha desempeñado un papel protagónico, diseñando los mecanismos de verificación y seguimiento del pacto.
El propio Trump y sus asesores, como Jared Kushner, se involucraron directamente, lo que Washington considera una victoria diplomática para estabilizar la región.
Catar, por su parte, ha sido uno de los principales mediadores, utilizando su influencia para facilitar la comunicación y confirmar los términos del acuerdo.
Asimismo, Turquía jugó un rol clave, particularmente a través del jefe de inteligencia Ibrahim Kalin, quien fue instrumental para persuadir a Hamás.
La relación personal entre el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y Donald Trump facilitó estos contactos, a pesar de las críticas habituales de Erdogan hacia Israel. La convergencia de estos actores, cada uno con sus propios intereses estratégicos, fue indispensable para construir la confianza necesaria y llevar a las partes a un compromiso inicial.











