La propuesta de paz contempla una reestructuración radical de la administración de Gaza, eliminando a Hamás del poder y estableciendo un gobierno de transición tecnocrático bajo supervisión internacional. Este modelo de gobernanza ha generado tanto expectativas de estabilización como fuertes críticas por su carácter impuesto y la participación de figuras controvertidas. El plan propone que Gaza sea gobernada por un “comité palestino tecnocrático y apolítico”, compuesto por expertos y supervisado por un nuevo organismo internacional llamado la “Junta de Paz”. Esta junta estaría dirigida por el propio Donald J. Trump y contaría con la participación del ex primer ministro británico Tony Blair.
La inclusión de Blair ha sido duramente criticada; un editorial lo califica de “criminal de guerra de la invasión a Irak” y lo describe como un “virrey de facto” del territorio. El exlíder laborista Jeremy Corbyn se hizo eco de esta crítica, afirmando que Blair “no debería estar ni cerca de Oriente Medio y mucho menos de Gaza”. La seguridad interna estaría a cargo de una “Fuerza Internacional de Estabilización (FIS)” que entrenaría a una nueva policía palestina.
El objetivo final, según el analista Irvin Gatell, es transformar la región en un centro de desarrollo económico y tecnológico “muy parecido a Miami o Dubái”. Sin embargo, los críticos argumentan que este modelo representa un traspaso del dominio israelí al estadounidense, marginando la autodeterminación palestina, ya que el futuro de Gaza sería decidido por actores externos en lugar de por su propio pueblo.
En resumenEl plan propone un modelo de gobernanza posconflicto que reemplaza el liderazgo de Hamás con una administración tecnocrática y una fuerte supervisión internacional liderada por EE. UU. Mientras sus defensores lo ven como una vía hacia la reconstrucción y la estabilidad, sus críticos lo denuncian como una imposición neocolonial que margina la autodeterminación del pueblo palestino.